En El grito inútil no hay lugar para la huida. Ángela Figuera nos coloca debajo y por encima de la piel de la que ha concebido y pare sin deseo, en la piel del obrero y en la de la poeta, en todas las pieles de la pobreza, en la piel de las mujeres que van a los mercados, en la del tipo que está en la cárcel, en las del campesino obligado a ser soldado, en la de la mujer que grita «a los que no quieren escuchar».
Es el grito y el canto de la herida, que cuando es cantada por las mujeres hace el mundo más grande. Es el juego abierto de una mirada lúcida, diferente a la de sus colegas de generación. […]
NIEVES MURIEL
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